NÚÑEZ DE ARCE GASPAR
Gaspar Núñez de Arce (1834-1903)
Poeta español de la segunda mitad del s. XIX; n. en Valladolid, el 4 ag. 1834,
dos años antes que Bécquer y tres antes que Rosalía de Castro, de quienes, no
obstante la proximidad cronológica, su obra parece separarle varios lustros. M.
en Madrid el 9 jun. 1903. Inicia su producción en 1872 con un ensayo teatral, El
haz de leña, sobre el tema de Felipe II y el príncipe don Carlos, y que no
obstante la facilidad que le presentaba el asunto, tan atrayente para
absolutistas como para liberales, para hacer demagogia, lo trata con gran
objetividad, aunque teatral mente su valor sea escaso. Precisamente en esta obra
ve Valbuena Prat signos de una supuesta superioridad poética sobre Campoamor,
que también había intentado el teatro con Guerra a la guerra, y Dies irae, entre
otras. Sin embargo, no dará su verdadero valor hasta su producción puramente
poética: Gritos del combate, Raimundo Lulio, publicadas en 1875; La última
lamentación de Lord Byron, La selva oscura, acerca de Dante, cuyos versos Nel
mezzo del camin... inician la composición, y El vértigo (todas éstas de 1879),
La visión de fray Martín (1880), La pesca (1884), Maruja (1886), etc.
Sus escritos teóricos, principalmente su Discurso sobre la poesía, leído el 3
dic. 1887 en el Ateneo científico y literario de Madrid, y reproducido más tarde
al frente de la segunda edición de Gritos del combate (primera ed. en 1875), con
ampliaciones, lo muestran buen conocedor del hecho poético, bien informado tanto
de la poesía clásica española como en general de la que se escribe fuera de
España, principalmente la inglesa. Asimismo es fácil comprobar hasta qué punto
era dueño de unas ideas muy definidas sobre cómo y con qué espíritu había que
acercarse a la poesía: «Arte maestra por excelencia (la poesía), puesto que
contiene en sí misma todas las de- más, cuenta para lograr sus fines con medios
excepcionales: esculpe con la palabra como la escultura en la piedra; anima sus
concepciones con el color, como la pintura, y se sirve del ritmo, como la
música».
Dentro del terreno de lo formal, N. buscó, o al menos teóricamente pretendió
buscar la sencillez expresiva, porque, ¿hay acaso «nada tan ridículo como la
prosa complicada, recargada de adornos, disuelta en tropos...? (...) Lo declaro
con franqueza: nada tan insoportable para mí como la prosa poética, no
expresiva, sino chillona...». Éste es tal vez su único punto de contacto con
Campoamor, así como su idea de que el ritmo lo es todo en el verso, ya que
«suprimir el ritmo, el metro y la rima, sería tanto como matar a traición a la
poesía». y el ritmo era la única diferencia esencial, según ambos, entre verso y
prosa. Esta tendencia a usar lo cotidiano del lenguaje será su principal
aportación (y la de Campoamor) a la poesía posterior, pues a través de Unamuno,
harán posible la existencia de Antonio Machado. Paralelamente, supuso también un
riesgo de caer en la vulgaridad, que no siempre supo evitar, al provocar tal
lenguaje directo entre poeta y lector la pérdida del misterio que debe acompañar
a todo poema, y que no falta en las composiciones de otros dos poetas básicos
para la poesía española posterior, Bécquer y Rosalía de Castro. Al hablar de
Robert Browning, dice: «los poetas... no deben escribir para ser explicados,
sino para ser sentidos». y aquí tenemos otra de las características de su
poesía: el predominio de lo sentimental sobre lo racional, de las sensaciones
sobre los conceptos.