CHARLES BAUDELAIRE
CASTIGO DEL ORGULLO
En los tiempos maravillosos en que la Teología
Florecía con la máxima savia y energía,
Se cuenta que un día un doctor de los más grandes,
-Luego de haber forzado los corazones indiferentes;
Y haberlos conmovido en sus profundidades negras;
Después de haber franqueado hacia las celestes glorias
Caminos singulares para él mismo ignorados,
Donde sólo los Espíritus puros quizás habían llegado-,
Cual un hombre encaramado muy alto, presa de pánico,
Exclamó, transportado por un orgullo satánico:
"¡Jesús, pequeño Jesús! ¡te he impulsado tan alto!
Pero, si yo hubiera querido atacarte a despecho
De la armadura, tu vergüenza igualaría a tu gloria,
Y tú no serías más que un feto irrisorio!"
Inmediatamente su razón desapareció.
El brillo de ese sol con un crespón se cubrió;
Todo el caos rodó en esa inteligencia,
Templo en otro tiempo viviente, pleno de orden y de opulencia,
Bajo las bóvedas del cual tanta pompa había lucido.
El silencio y la noche se instalaron en él,
Como en una bodega cuya llave se ha perdido.
Desde entonces se pareció a las bestias callejeras,
Y, cuando se marchó sin ver nada, a través
De los campos, sin distinguir los estíos de los inviernos,
Sucio, inútil y feo como una cosa usada,
Fue de los niños el júbilo y la irrisión.
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