Olegario V. Andrade
PROMETEO
La leyenda de Prometeo
El asunto de esta fantasía es universalmente conocido.
La fábula griega, narrada por Hesíodo, ha sido el tema de numerosos poemas.
Esquilo recogió este mito religioso de las sociedades primitivas, para personificar en él el sentimiento de la libertad, en pugna eterna con las preocupaciones.
La epopeya, el drama, hasta el romance vulgar, se han ejercitado en tan sublime asunto.
El autor de esta fantasía no ha querido hacer un poema, porque habría sido empresa loca acometer una tarea en que gastó sus robustas fuerzas el genio cosmogónico de Quinet.
No ha hecho más que un canto al espíritu humano, soberano del mundo, verdadero emancipador de las sociedades esclavas de tiranías y supersticiones.
Si ha conseguido elevarse a la altura del asunto, lo dirá la crítica, en cuya imparcialidad descansa.
A pesar de ser tan conocida esta leyenda, conviene reproducirla, para los que la hayan olvidado.
He aquí como la describe Renaud, ciñéndose a la narración de Hesíodo en su Teogonía:
Antes hubo seres que intentaron el progreso del hombre por la fuerza del pensamiento; pero en vez de gloria, alcanzaron crueles castigos, en razón a que se suponía que los dioses veían con envidia a aquellos inventores que usurpaban algo de su poder con sus creaciones independientes. Admiraban las proezas de la fuerza física: tronchar árboles y hacer rodar peñascos; pero les infundía miedo el ver encender lumbre, forjar el hierro, vestir, alimentar y sanar por medio de preparaciones misteriosas. Quizá habrían aceptado tales invenciones sin el temor del rayo, que parecía siempre dispuesto a herir a los temerarios. Decíanse en voz baja que Esculapio pereció de un modo terrible, porque había querido resucitar muertos con brebajes; y a veces, excitados por el terror, se hacían verdugos para adelantarse a los ...
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