Gastón Fernando Deligne
OLOLOI
Yo, que observo con vista anodina,
cual si fuesen pasajes de China...
Tú, prudencia, que hablas muy quedo;
y te abstienes, zebrada de miedo;
tú, pereza, que el alma te dejas
en un plato de chatas lentejas:
tú, apatía, rendida en tu empeño
por el mal africano del sueño;
y ¡oh, tú, laxo no-importa! que aspiras
sin vigor; y mirando, no miras...
El, de un temple felino y zorruno,
halagüeño y feroz todo en uno;
por aquel y el de allá y otros modos,
se hizo dueño de todo y de todos.
Y redujo sus varias acciones,
a una sola esencial: ¡violaciones!
Los preceptos del Código citas,
y las leyes sagradas no escritas;
la flor viva que el himen aureola,
y el hogar y su honor... ¿qué no viola...?
Y pregona su orgullo inaudito,
que es mirar sus delitos, delito:
y que de ellos murmúrese y hable,
es delito más grande y notable;
y prepara y acota y advierte,
para tales delitos, la muerte.
Adulando a aquel ídolo falso,
(que de veces irguióse el cadalso!
Y a nutrir su hemofagia larvada,
¡cuántas veces sinuó la emboscada!
Ante el lago de sangre humeante,
como ante una esperanza constante,
exclamaba la eterna justicia:
¡Ololoi, ololoi! (¡sea propicia!)
Y la eterna Equidad, consternada
ante el pliegue de alguna emboscada,
tras el golpe clamaba y el ay:
¡sea propicia!: ¡ololoi! ¡ololoi!...
Y clamando, clamaban no en vano,
ya aquel pueblo detesta al tirano:
y por más que indicándolo, actúe;
y por más que su estrella fluctúe,
augurando propincuos adioses,
no lo vio. 1Lo impidieron los dioses!
Y por mucho que en gamas variables,
-no prudentes, mas no refrenablesestallasen los odios en coro,
-como estalla en tal templo sonoro
un insólito enjambre de tosesno lo oyó. ¡Lo impidieron los dioses!
...
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