Miguel Arteche
El regreso
El viento trae arenas, pero en la arena viene
escondida la nueva semilla de la sangre.
El invierno infinito pasó sobre nosotros.
En la altura los filos de la nieve perdieron
su transparencia aguda, sus varas de furores,
y penetró en la roca la mañana.
Pupilas
rodaron jubilosas. Trajo el beso de ese año
olor de amor, ¿recuerdas?, y las islas estaban
cubiertas por la lluvia.
Nunca sabe uno en dónde
encontrará la puerta, nunca sabe si el viento
sopla desde los huesos o viene hacia los últimos
aposentos huraños de los huesos marchitos:
uno sólo pregunta en dónde nace; se oye
soplar, gemir; se mueve entre las manos; sube
hasta los ojos; taja los vértices del sueño.
y luego escapa solo.
Nunca sabe uno en dónde
encontrará la puerta; mas cuando ya está cerca,
uno toca asombrado las ígneas llaves: toma
todo el largo camino -¡la sal, el pan,
el corazón oscuro del pasado, los ídolos
acurrucados, negros, la estación de los huesos,
los idos para siempre!...- y ve que la mañana
gloriosa se alza, mueve las ramas vigorosas
de los árboles nuevos, y fulmínea arremete
contra los campos.
Solos, bajo el azul henchido
contemplamos el valle silencioso.
Cansados
nos detuvimos.
Todos los brotes parecían
aguardar la llegada del nacimiento.
¡Mundos
extendidos, lejanos!, ¡centelleantes corrientes!;
¡morosos animales recibían la tibia
resonancia de soles!; ¡la tierra adelantaba
el sonido perfecto de la estación!
¡Oh espacio
núbil, nuevo del cielo!
¡Sobre los cuerpos, árboles
que aguardaban los sellos!
¡Oh valle extenso y solo,
cuánto te recordamos en el desierto, cuántas
veces te recorrimos, cuántas veces te odiamos
bajo la lluvia negra!
Los dos miramos.
Solos
descendimos cantando. Todo el aire se hundía
en nuestros pechos.
Trajo el viento hacia los dedos
las semillas que luego metidas en ...
|
|
|
|
|
|