ANGELICA JAQUE HERRERA
Vilcún
Supe de ti sólo porque eres
la cuna de mi madre,
el albergue de la corta vida
de su hermano y mi abuela,
porque aquí se hizo fuerte
a punta de ñache, pobreza
y la imperturbable fortaleza
de esa colona suiza que era su abuela.
Acunado en las faldas del Llaima
con su calle larga encaramándose
hacia las araucarias, ahí está Vilcún,
bautizado con la voz indígena
que hoy sólo va de paso,
ya no se estaciona donde don Genaro,
ni se les ve bajos los tilos
de la frondosa plaza;
luciendo sus cintas
y trapelacuchas,
pero ahí sigue
albergando en su fecundidad
las hinchadas espigas doradas,
inundando el aire
con su olor a tierra húmeda,
cual himno a la fertilidad.
Allí están el pasado y el devenir,
comulgando día a día,
en el recuerdo de los de antes
y las generaciones venidas.
Cuando baja del volcán
el frío y la lluvia constante,
este Vilcún enciende sus recuerdos
alrededor del leño candente,
amenizados por el olor a levadura
del pan recién amasado;
se asoma la voz más autorizada
para narrar anécdotas pasadas,
que cual canasto de avellanas,
las reparte a puñados,
así hilan y tejen el presente con el pasado.
Sólo dos veces, estuve en tus calles
con altas casas de madera,
oí tantas historias,
más nunca allí,
me habló de mi abuela
...
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