V
Un desconocido
nace de nuestro sueño.
Abre la puerta de roble
por donde se entraba a la quinta de los primeros colonos,
da cuerda a relojes sin agujas.
Las ventanas destruidas
recobran la memoria del paisaje.
Aparecen en los umbrales las marcas sucesivas.
que señalaban el crecimiento de los niños.
Mientras dormimos junto al río
se reúnen nuestros antepasados
y las nubes son sus sombras
Se reúnen los que partiendo de Burdeos o Le Havre
llegaron a la Frontera por caminos aún no trazados,
mientras sus mujeres daban a luz en las carretas.
Se reúnen los que fueron contrabandistas de ganado,
ladrones de tierra, dueños de hoteles o almacenes,
bandoleros, pioneros de hachas y arados.
Los que mataron mapuches y aprendieron de los mapuches a beber sangre de
corderos recién sacrificados,
y a su vez fueron enterrados en lo alto de colinas,
mientras los deudos se reunían a tomar aguardiente en el Bajo.
Hablan de su resurrección
los ríos cuyos primeros puentes construyeron,
las herramientas aún guardadas en los galpones,
y los que ahora son partículas de alerce
creen escuchar las campanadas anunciando el primer incendio
del pueblo levantado con tablas sin labrar
en medio del invierno del fin del mundo.
En los establos y prostíbulos
se entrelazan parejas furtivas.
Se celebran matrimonios en capillas rústicas.
Los hermanos se matan por herencias,
los hijos volverán cantando canciones de trincheras.
En el desembarcadero atracan vapores náufragos.
Las carretas cargadas con los sacos de las primeras
cosechas llegan a las bodegas.
El sol quiere llegar al árbol de nuestra sangre,
derribarlo y hacerlo cenizas,
para que conozcamos a los visibles sólo para la memoria
de quienes alguna vez resucitaremos en los granos
de trigo o la ceniza de los roces a fuego,
cuando el sol no sea sino una antorcha fúnebre
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