Luis Muñoz Rivera
HORAS DE FIEBRE
I
¿Llorar...? No, no: sobre la amarga ola
rice copos la nevada espuma;
lleguen al labio con vibrante ritmo
el himno alegre, la canción nocturna.
Cuando el alma en sí misma se repliega
con hondo duelo y con letal angustia,
viene a turbar sus tristes soledades
el ruido intermitente de la lucha.
Riamos, pues; la vida, pobre loca
que va labrando sin cesar su tumba,
nos invita al placer; nuevo sarcasmo
con que la suerte ingrata nos insulta.
Surja radiante la esperanza hermosa,
que ya vendrán la gloria y la fortuna,
cuando la muerte nuestros ojos cierre;
cuando la tierra nuestros restos cubra.
II
Oíd: los que lleváis allá en el alma
de negra envidia la dolencia grave
y hacéis, ante La faz del universo,
de fingida bondad cínico alarde.
¡Abajo el antifaz! Es necesario
que este perpetuo carnaval acabe;
alzad la frente pálida, en que el vicio
marco al pasar su huella degradante.
¿Falso pudor vuestras mejillas quema?
¿Ardor fugaz calienta vuestra sangre?
¡Abajo el antifaz! La hipocresía
es torpe, y vil, y mísera, y cobarde.
Llegad aquí: que la virtud os vea;
que vuestra horrible fealdad la espante;
que la luz ilumine vuestro rostro
y el látigo flagele vuestra carne.
III
Sobre esta roca solitaria y triste,
bello jirón del suelo americano;
cautivo de las ondas que me cercan;
de mi fortuna y mi deber esclavo,
alguna vez, cuando mi patria llora,
doy al viento las notas de mi canto,
como este sol que me ilumina, ardiente,
como este mar que me circunda, amargo.
Más ¡ah! que aquí la inspiración se enfría,
el arte muere de ideales falto,
el sacro numen su calor extingue,
sus cráteres apaga el entusiasmo,
y la robusta vibración del arpa
se pierde, como un eco funerario,
entre ...
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