Gustavo Adolfo Bécquer
Cerraron sus ojos
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Cerraron sus ojos
Que aún tenía abiertos,
Taparon su cara
Con un blanco lienzo,
Y unos sollozando,
Otros en silencio,
De la triste alcoba
Todos se salieron.
La luz que en un vaso
Ardía en el suelo,
Al muro arrojaba
La sombra del lecho;
Y entre aquella sombra
Veíase a intervalos
Dibujarse rígida
La forma del cuerpo.
Despertaba el día,
Y, a su albor primero,
Con sus mil ruidos
Despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
De vida y misterio,
De luz y tinieblas,
Yo pensé un momento:
?¡Dios mío, qué solos
Se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
Lleváronla al templo
Y en una capilla
Dejaron el féretro.
Allí rodearon
Sus pálidos restos
De amarillas velas
Y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
El toque postrero,
Acabó una vieja
Sus últimos rezos,
Cruzó la ancha nave,
Las puertas gimieron,
Y el santo recinto
Quedóse desierto.
De un reloj se oía
Compasado el péndulo,
Y de algunos cirios
El chisporroteo.
Tan medroso y triste,
Tan oscuro y yerto
Todo se encontraba
Que pensé un momento:
?¡Dios mío, qué solos
Se quedan los muertos!
De la alta campana
La lengua de hierro
Le dio volteando
Su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
Amigos y deudos
Cruzaron en fila
Formando el cortejo.
Del último asilo,
Oscuro y estrecho,
Abrió la piqueta
El nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
Tapiáronle luego,
Y con un saludo
Despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
El sepulturero,
Cantando entre dientes,
Se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
El sol se había puesto:
Perdido en las sombras
Yo pensé un momento:
?¡Dios mío, qué solos
Se quedan los muertos!
En las largas noches
Del helado invierno,
Cuando las maderas
Crujir hace el viento
Y ...
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