Manuel Lozano
USA MI ROSTRO, MADRE
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Ceniza, entrañas de cenizas duermen en el cuerpo por los días obstinados, pobrísimo en cuevas de deslumbramiento. ¿Cómo abrirías en la rotación de la madeja el ardiente lenguaje de una plenitud, otra plenitud? ¿Cómo tragabas los faros de estupor cuando retrocedía la leve sed entre las tumbas de los pájaros?
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En las aguas hirvientes de este foso, se balancea una brizna. Perforado espejo tu cabeza arrastrada hacia adentro, abierta en los carruajes del desprecio, abrazada por fin hacia los féretros de la lluvia.
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Sacrilegio: destierro de certezas. Un ángel cavernoso -tan hereje de noches voraces- se despeña al fin, plateado, aúlla en la impura grieta de toda memoria.
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¿Cómo sobrevivir en estas heladas lluvias de sangre? Hubo una batalla, un escenario, un ultraje, una vieja humillación de despojar al alba del rocío que transforma las penas en un don, en un deseo, en la letárgica rosa del crimen.
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¡Cuántas Medeas no reconocerías al borde de tu propia esfinge, derritiéndose lluvia coronada por la adulación de memorias! ¡El equipaje es ya anestesia de la distancia entre el vigía y el vacío que clama!
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Se viaja por la anunciación, hereje, hereje, hereje.
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Expectadora sumergida, diezmada por el sueño de abalorios. La jaula está abierta y aguarda tu melancolía.
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Sal de amatista lleva el asedio de mi pena. Reverdece con dolor sobre el robo de los pliegues de luto de esa misma fuente que secaron los ojos. ¿Qué será de nosotros sin la ibis que cabalgó tu mirada, sin la ubicua luz de un triciclo cubierto por claveles? Conmovedora nobleza la que reina en las ...
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