Jaime Sabines
CON LA FLOR DEL DOMINGO
Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasean
en la alameda antigua. La ropa limpia, el baño reciente,
peinadas y planchadas, caminan, por entre los
niños y los globos, y charlan y hacen amistades, y hasta
escuchan la música que en el quiosco de la Alameda de
Santa María reúne a los sobrevivientes de la semana.
Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre
contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan
a la prostitución, o regresan al seno de la familia miserable,
ellas tienen el descanso del domingo, la posibilidad
de un noviazgo, la ocasión del sueño. Bastan dos o
tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas,
y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de
los platos sucios, de la ropa pendiente y de los mandados
que no acaban.
Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria,
y de las señoras pensando en el próximo embarazo,
ellas disfrutan de su libertad provisional y poseen el mundo,
orgullosas de sus zapatos, de su vestido bonito, y de
su cabellera que brilla más que otras veces.
(¡Danos, Señor, la fe en el domingo, la confianza en las
grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para
mirar con alegría los días que vienen!)
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