NICOLÁS DEL HIERRO
TRAS EL REENCUENTRO CON LOS PECES
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Venías, tras el reencuentro con los peces,
limpia, oliendo a sal y agua marina,
mojado aún el cabello, emanando sol,
represado en tu piel, que desprendía,
suave, una excitante llamada, tacto
solo para mis dedos en caricia.
Y eran mis yemas como diez claveles,
mil pétalos impregnando la brisa
con que la estancia se poblaba de amor
mientras Neptuno y Venus Afrodita
condensaban la esencia de sus mundos
en fe de nuestra savia compartida.
Jugábamos a ser siendo esenciados
desde un Olimpo nuevo, mitologías
tan viejas como el hombre y tan eternas:
mis labios en tus labios, recorría
el beso la epidermis, sal y yodo
retrayendo una playa en lejanía,
una brisa en azul, una diadema
de sol y de gaviotas, de vividas
nostalgias y deseos. Levantábamos
del contacto una flor, una sonrisa
de abejas en trabajo, de cañadas
y algodonosas vegas...
... Y se diría
-de la sal- que hasta entonces, nunca, nunca
logró un sabor más dulce en la caricia.
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