Domingo por la tarde
Tirso de Molina
Domingo por la tarde
Tirso de Molina
En la cortedad del plazo que la de aquellos días daba, fue tan
oficiosa la diligencia de don Luis, su esposa y familia, que aunque
a las once de la mañana quedó despejada la quinta, a las dos de la
fiesta habían comido y dispuesto el teatro para el siguiente recreo,
con todo lo ostentativo y grave que pudo la curiosidad y la riqueza
sacar a luz, y a sus dueños de esta obligación. Mudaron cuanto por
la mañana deleitó y se prometía duración más larga y, con diferente
arquitectura, plantaron un vergel artificioso con un colmenar tan al
vivo, que a sentirlo las abejas, despoblados los suyos, trasladaran
a sus colmenas los enjambres vecinos. Cabañas rústicas y edificios
pastoriles representaban, a un lado y otro, la sencillez de los
sayales y el deleite de la vida desembarazada de ambiciones y
artificios; tan al natural todo, que los que le vían, olvidados de
la cercana Corte, se juzgaban en una remota aldea.
Dio tanta prisa al deseo el gusto que causó a la gente la
primera recreación que, cercenando sosiegos a la comida, volvieron
aquéllos, y otros muchos con ellos, llamados de la fama que medró la
mañana dicha, lo que suele todo lo ponderado. Llenóse la amena
capacidad de aquel sitio tan brevemente, que fue necesario
comenzarse antes de las tres la representación, por no desazonar,
con tardanzas, recreos que, tal vez por perezosos, pierden créditos
de entretenidos. Poblados, pues, los antepechos de damas, las sillas
de generosos y los bancos de vulgo, dieron principio menestriles y
sucedieron guitarras, que cantaron a ocho tres serranas y cinco
pastores, en la alabanza del mayor sacramento, en cuya veneración se
solenizaban estos festines, lo siguiente:
Contaros quiero ...
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