HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ
DON PEDRO DE VILLARRICA
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1
Don Pedro está sentado, muy tranquilo,
frente a su casa, en su sillón de mimbre.
Tiene cincuenta años, nariz roja,
escaso el pelo y los ojillos grises.
La boca, grande, nunca se le cierra
porque la tiene siempre hecha sonrisa:
amplia sonrisa con destellos de oro.
Don Pedro está contento con la vida.
Este domingo tibio, de noviembre,
se ha tomado unos mates, ha charlado
con sus perros, sus gatos y sus loros
y está gozando ahora el espectáculo
de la calle. ¡Qué linda va Teresa
a la misa de nueve con su tía!
Teresita es su ahijada, como Lola,
como Ofelia, Isabel, Beatriz y Silvia.
Don Pedro no se queja, aunque le duele
que su mujer y él, ¡ellos tan luego!
tengan que resignarse a ser padrinos
y a amar con triste amor hijos ajenos.
-¡La bendición, padrino!- Teresita
le pide muy modosa, con las manos
unidas a la altura de la boca.
Él cumple con el rito de buen grado
como un obispo en su sillón, y exclama:
-¡Qué preciosa mi ahijada va a la misa!
En latín, los acólitos y el cura,
dirán tres veces: ¡Linda, linda, linda!
2
Pasan dos campesinos y saludan
sacándose el sombrero con respeto.
Pasa un jinete de montado blanco
y saluda también con el sombrero.
Pasa una crujidora, alta carreta,
y el carretero rinde su homenaje
con respeto aún mayor: es que Don Pedro
no sólo es poderoso, es su compadre.
Por el follaje nuevo de la ovenia
a cuya sombra está nuestro prohombre,
rayos del sol ya ardiente van colándose.
Mueve el sillón Don Pedro a un lugar donde
el sol no le moleste. -Con lo roja
que tengo la nariz -piensa Don Pedrono dejaré que el sol me haga cosquillas
donde ...
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