JUAN DE DIOS PEZA
LA VELA DE PIEDRA
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(Adición de la Villa de Guadalupe)
Sacude el mar su melena
y son las olas montañas
que coronan refulgentes
ricas diademas de plata.
Niega el sol su viva lumbre
al titán que tiembla y brama,
y el huracán, monstruo negro,
abre sus fúnebres alas.
Todo es en el cielo sombras;
todo es en el aire ráfagas,
la lluvia cae a torrentes,
el rayo doquier estalla;
cada relámpago alumbra
un cuadro que impone y pasma
de terror al que lo mira,
a Dios elevando el alma.
Sobre el abismo sin fondo
de las turbulentas aguas,
entre las olas gigantes
que los espacios escalan;
bajo el manto de tinieblas
que en las regiones más altas
corren en alas del viento
como legión de fantasmas;
Al rumor de las centellas
que difunde la borrasca
y que al reventar convierten
las nubes en rojas ascuas;
cual hoja que se sacude
para abandonar la rama,
a impulsos de estos ciclones
que a los sabinos descuajan,
en la líquida llanura
zozobra sin esperanzas
ligera nave que en vano
quiso arribar a la playa.
Sus velas poco le sirven
y el maderamen no basta
a resistir los embates
de las ondas encrespadas;
sus mástiles se doblegan,
como en el campo las cañas,
y al hundirse en el abismo
ninguna mano la salva.
Es la soledad desierta
su aterradora amenaza;
la mar su inmenso sepulcro,
y el mudo espacio su lápida.
Los que en la nave caminan
sus oraciones levantan
al Ser que todo lo puede
y le encomiendan sus almas.
Entre tantos tripulantes,
que sobre el abismo viajan,
van dos jóvenes que ruegan
al cielo con unción santa.
Pareja noble y dichosa,
que con ternura se aman
y que tienen por tesoro
la juventud y la gracia.
El cumplió ...
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