Juan Arolas
El Manto encantado
Esos bravos insulares
que tienen la tez nevada
y rubios los aladares,
tan soberbios en armada
que son dueños de los mares,
Blasonan con ufanía
de su patria, centro y cuna
de Cortés caballería
y de amor y de fortuna,
cuando Europa renacía.
Blasonan de Arturo el rey,
que después de Peudragón
puso en dura sujeción
y obedientes a su ley
al Escocés y al Sajón,
ardido en trances guerreros
que nunca la edad esconda,
nata y flor de caballeros,
que de la Tabla-redonda
fundó el orden y los fueros.
De Wincester el castillo
guardó la tabla de roble
para eterno lauro y brillo
de aquel estatuto noble
fundado por tal caudillo.
De este rey, cuyo reinado
con cuentos y con errores
diz que está desfigurado,
Para entretener su agrado
quiero hablar a mis lectores.
Lides eran sus recreos,
y en el ocio y en la paz
reprimidos sus deseos
anhelaban el solaz
de las justas y torneos.
Fijó pues solemne día
de públicas diversiones,
añadiendo que daría
convite a los de hidalguía,
condes, duques y barones.
Con sus damas ataviadas
quiso que al festín viniesen,
y que en horas regaladas
ellas su esplendor luciesen
tan hermosas como amadas.
Que sin bellas el banquete
es como jardín sin rosas
y mesa sin ramillete,
que a los gustos no promete
frutas dulces, deliciosas.
Regaló a los cortesanos
con finísimas celadas;
bridones les dio ruanos
y riquísimas espadas,
obra de prolijas manos.
Ídolo de sus cariños,
ginebra su amada esposa
dio a las damas mil brinquiños,
telas de labor vistosa,
sedas, púrpuras y armiños.
Cada cual se preparaba
para disfrutar contento,
y el gozo excesivo andaba,
pues tal corte se juntaba
con tan claro lucimiento.
Pero Urganda, cruel hada,
disponía un artificio
que la fiesta proyectada
...
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