Vicente Barrantes
Misterios del alma son.
MORETO.
A pasos agigantados,
leyendo ansioso un papel,
Moreto cruza por el
Pradillo de los ahorcados
Alma viviente ninguna
viene el silencio a turbar:
solo el que acaban de ahorcar
cuelga a la luz de la luna.
La triste visión la inquieta,
y reza un credo, que al fin
es el buen don Agustín
hombre y cristiano y poeta
Aun doblada la rodilla
siente de la yerba el roce,
cuando sonaron las doce
en el reló de la villa.
En sobresalto cruel
Moreto se levantó,
y en torno a mirar volvió,
y a repasar el papel.
«Si el sitio no os pone miedo,
»quien esto escribe, os espera
»hoy a media noche, fuera
»de la puerta de Toledo.
«Otro mejor no elegí,
»porque asegura la gente,
»que vos y yo, solamente
»podemos vernos allí.»
Poniendo mano a la espada,
mano fría y temblorosa,
don Agustín dijo: -«¿es cosa
»de burlas? ¡no está firmada!
«¿Quién me sacó de la villa
»a este maldito lugar?
-»Aquí maté a Baltasar
»Elisio de Medinilla.»
Esto al decir, asomaba
en su tez color de plomo,
y su mano sobre el pomo
con lúgubre son temblaba.
En vano el embozo cubre
su faz, que el dolor reviste
de palidez honda y triste,
como la vid en Octubre.
Con máscara engañadora,
cubrir el dolor secreto,
es doble dolor, Moreto;
más en secreto se llora.
Presta la luz a la pena
consuelo, aunque baladí;
quien llora dentro de sí
con su llanto se envenena.
Los ojos tiende adelante
casi cegados de miedo,
y ve en el espacio un dedo
que le señala constante.
Vuelve a otros lados la cara,
y ve en uno y otro lado
que se movía el ahorcado
sin que nadie le tocara.
Y una campana en ...
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