Miguel Arteche
Thomas Wolfe camina por Virginia
A través de la noche vas dejando tu ausencia,
sin hojas que desde el bosque anuncien lo que has dejado,
sin puertas que penetren tus pasos oscurecidos.
Oh impalpable, oh músico de viejas y enterradas ciudades,
escucho, uno a uno, tus pasos bajo la noche
-la noche sobre Virginia- cuando llegaste a Richmond
mordiendo tu corazón, abandonado en vida
como una profunda ola en un mar lejano.
Pardas y tristes glorias cubrieron tus tristes ojos.
We shall not come again.
We never shall come back again.
No pasarán los aires sobre tu lento cuerpo.
Tú, el más extraño, el eco de un amor oscurecido,
el más lejano en tu aventura por la tierra,
ven a recibir la mano que no encontraste,
ven a abrir la puerta, ven
a recordar los nombres que en tu memoria huyeron,
ven a buscar el niño delicado y confuso,
perdido en la colina,
ausente porque el tiempo pasaba entre los arces.
Desde entonces, desde ahora
entras sobre la mano rugosa de nuestra América,
Thomas, Tomás, apellidado angustia,
Thomas, Tomás, apellidado furia,
Thomas, Tomás, apellidado muerte;
vienes sobre los hombros del caballista duro,
caes sobre los pasos cansinos del solitario,
cantas en los fogones tu extraña vidalita;
Thomas, Tomás, tu cuerpo se ha extendido
y en la noche profunda tú has mordido el relámpago
y has muerto de la última muerte que deseaste.
We shall not come again.
We never shall come back again.
En el océano lechoso de una antártica niebla
un día atravesaste los caminos de Francia.
Fuiste sucesivamente rompiendo tu vida,
fuiste destrozando callado el aire que te rodeaba:
eras demasiado amor para el estrecho círculo
de Asheville, de Park Avenue, de París o de Londres,
eras demasiada angustia para Esther desolada:
Mrs. Jack, su mundo ...
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