Juan Antonio Massone
PASOS DE CENIZAS EN EL MAR
En cuanto supe que para tus cenizas
deseabas todo un océano sin orillas
donde batir entre ola y ola la pena
de tantos recuerdos y de otros muchos
nombres que no pudieron recordarse,
dispuse me tatuaran en el pecho
las horas que vendrían—y vinieron
las horas—largas, sofocantes, rebeldes,
mejor dispuestas al fin, con trémulas
memorias y el amparo presentido.
Hube de empezar una despedida
de las que más se temen y, al fin,
más se imploran. Mientras te sumías
en decaído vigor y en desgranadas
horas de mirar el epitafio del tiempo.
¿Cómo mejor recordarte sino en alguna
bordadura de sonrisa más justa
que toda adversidad?
Soy ahora invisible lápida de esos días
que se fueron y un árbol en las afueras
de un cielo de reencuentros. Pero
no soy el mar para saber diluirte
en la inquietud verdosa que mece
la esperanza en su salmuera.
Hace falta un corazón en paz
con señas que dejan ir los caminos,
de otro modo no sabría dedicar una palabra
al misterio en donde vela tu alma restañada,
como aroma de limón entre los días.
De lo que quedaba de ti en este mundo
se ha cumplido tal como lo quisiste.
Eso lo sabe el mar, el viento lo sabe
y los ojos que miran el mar en el viento.
En esta hora de lo vivo, de la vida,
quiere el pecho tener olas para decir
su murmullo solo en tu oído navegante.
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