RENÉE FERRER
LA BATA
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Tengo puesta una bata de Victoria Secret,
no tenía cinturón
y por eso la compré,
era barata:
es tan fácil comprar una cinta de raso,
tan sencillo ajustarse la cintura con el mero deseo que
se adquiere por metros.
¿Pero,
qué existe dentro de ese continente suntuoso que
resbala sobre el insomnio?
Un cuerpo como todos,
dos piernas,
dos rodillas,
las manos que se salen de las mangas,
a una de las cuales le ha crecido una flor de tinta en
los dedos;
y después
las sandalias allá abajo,
porque la indiferencia secuestró las chinelas
-esas negras de tules que combinany no se buscan por pura inercia,
y uno se pone cualquier cosa.
¿Qué más?
Los ojos pasando revista al tiempo,
el dorado que Río le ha dejado a la piel,
como miel que se queja de tanta sal, de tanta espuma.
Tras la bata desonríe una sonrisa fría,
desalentada acaso.
Afuera los cristales copulan con la lluvia
y la brisa trae jirones de borrasca desde el mar.
Entonces no sabía del alma seminal de los satenes,
y era adolescente.
Ah, la simple potencia de un acto imaginario,
sólo dulzor futuro,
posibilidad,
un viento secreteando en las cuchillas,
y el adiós buenas noches que duermas bien,
cabeza con cabeza,
en camas contrapuestas con los pies lejanísimos
sin mirarnos siquiera,
o tal vez a hurtadillas
cuando los focos cuelgan sus trajes luminosos
-dos niños que se duermen inventando el amor.
Entre los pliegues de mi bata escucho
el fluir de imágenes sin brida sobre un páramo fértil,
el candombe,
los plátanos derramando en la acera su llanto de
hojas castañas,
un tranvía con su talantalán olvidadizo,
y el canario insepulto en su jaula de alambre
con el trino hostigando los barrotes desde su garganta
de oro,
la ...
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