RENÉE FERRER
LA VARIEDAD COHABITABLE
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Con los glóbulos fijos
como volatineros a punto de perder el equilibrio
después de una noche de luces sicodélicas.
Con los párpados arriados
como persianas de una casa
donde habitan los duendes de las pesadillas
y la muerte pequeña.
Con la frente obsedida de tanto recorrer
y quedarse observando
en un caldero hirviendo la serpiente,
el insulto,
una flor,
o la boca de un niño,
con un grito levantándose como mástil sonoro.
Con los brazos abiertos
estrechando el clamor
de una multitud en desconcierto
y los hombros uncidos a la protesta afónica,
en gemelas caracolas retumbando las loas
de tanto feligrés a un dios cualquiera.
Con la mano acogiendo en su regazo
un fruto
sin avideces clavadas en su pulpa,
y ese desarenarse de los días
entre los dedos apretados.
Con la vergüenza,
el amor,
o la comedia,
meticulosamente guardados bajo las uñas pintadas.
Con las piernas erectas sobre el talón valiente,
ataviadas con túnicas de aire,
y los pies en el barro,
y los muslos
más allá de su propio vértice
enterrados.
Con el cuerpo intimidado
por variolocas tentaciones,
y alivianado,
al fin,
por la desesperanza.
Con el ombligo en flor
como boca oferente para sorber los besos
y los senos manando la leche luminosa
de un tazón que se quiebra.
Con el pulso izado a la deriva
para que lo flameen las tropillas del tiempo.
La ilusión como banderín deshilachado
y ese fúlgido instante que aúpa el pensamiento.
Con una brasa entre las líneas de las manos,
amojonadardiendo sobre el itinerario de la soledad
-al cabo de los ciclos- compañera.
Con mi destino de islote acantilado
desprendiéndose en duplicadas mariposas
hacia la sabía penetración de la ignorancia
o la aguda incisión del desconocimiento:
me detengo,
atónita,
ante la variedad cohabitable,
frente a las ...
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