Juan Arolas
El Rey y el Alcalde
Tradición de Sevilla
I
Ese triste caserón,
ese alcázar de Sevilla,
que con ojos de recuerdos
el vulgo al pasar no admira,
templo antiguo es para el vate
de conciertos y armonías,
do de los pies las pisadas
suenan cual acordes liras;
do las vaporosas nieblas
que de noche lo cobijan,
parece que ocultar quieren
sus historias peregrinas;
do el sol que sus muros baña,
no se aleja sin que diga
que algún tiempo se afrentó
del oro de sus cortinas;
do los vientos que lo baten,
o cantan o más bien silban
de sus olvidadas glorias
la salvaje sinfonía;
do las lluvias que lo mojan,
recuerdan al que medita
lágrimas de hermosos ojos,
que en sus mármoles caían;
do la sombra es misteriosa
como la de las ruinas,
do la voz tiene más eco,
y el alma más osadía;
ese caserón oscuro,
que era octava maravilla,
perla de los andaluces,
y de los monarcas digna,
dormido de noche estaba
con sus pajes y meninas,
y fantásticos ensueños
por sus salas se perdían.
Noche de sábado fuera,
de malos agüeros hija,
pues en ella van las brujas
a sus largas romerías,
dejan chozas y desvanes
al punto que están ungidas,
y por las paredes altas
levemente se deslizan.
Vagan por los cementerios,
y con las huesas platican,
y exprimen nocivos jugos
de las hierbas que ellas crían.
Noche de trasgos y duendes,
de agua y vientos que se indignan
contra torres, hierros, tejas,
calles, cúpulas y esquinas,
uno sale del alcázar,
mas se ocultan y despintan,
con la negra oscuridad
su vestido y sus divisas.
Con otro que está esperando
como muda estatua fija,
que burla los huracanes,
con tal razonar se explica.
«Bien os remojáis! yo soy:
Contrarios a mis intentos
lucharán ...
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