RENÉE FERRER
HE TRAÍDO A MIS OJOS
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He traído a mis ojos un segmento del planeta.
Sobre sus accidentes,
dilatados,
los árboles.
Y en su sombra los nidos
donde duermen las gargantas del estío.
En las hojas,
la savia
huyendo por el ordenado laberinto de sus ríos
en lentas travesías.
Y en el aire el perfume de estiércol y semilla
desvirgando el tiempo de la siembra.
He aspirado
la camisa salada en las axilas de los hombres,
y su olor vuelto honda para acertar la vida.
Simple vida,
gastada y renacida
en el estricto acto del pan horneado.
He librado la aguja que desmonta
las estructuras íntimas de los secretos;
las manos que ensayan la caricia
sobre formas de imaginería.
He pulsado
el corazón frondoso y seco de los hombres.
Manantial espigado de alegría
o arenal in crescendo más allá de sus dunas.
Me ensarté de preguntas
para explicarme.
Percibí los pasos de la envidia
merodeando con sus vapores verdes la luz de la amapola,
los grilletes de fuego del egoísmo
lacerando los miembros de la duda,
el estigma irrevocable de la maldad.
He cenado con las flores del campo
que se visten de fiesta con ingenua hermosura,
y bebido a sorbos pequeños
la leche fresca de lunas incipientes.
Me he dejado desvestir por la lluvia,
y así de pura,
sin más atuendo que mi corazón,
me entregué a las delicias de un sol enardecido.
He mirado un segmento del planeta,
atentamente el brillo de sus caras,
sus aristas filosas, con detenimiento,
y me vi reflejada:
en cada hombre,
en cada vuelo,
en cada nervadura.
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